viernes, 31 de marzo de 2017

Boinas Verdes. Guerrilleros.
El cuerpo de élite del ejército.

Autor prólogo: Rafael Conejo Lama



 Bibliografías y hemeroteca de:

José Vallés de Telecinco.
Luis N. Villaveirán del Periódico el Mundo

En sendos reportajes 
Así actúan los boinas verdes de José Vallés de Telecinco.
Mis 36 horas de Infierno de Luis N. Villaveirán del Mundo




Los Boinas Verdes los soldados de élite del ejército español. La prueba de la Boina Verde es durísima. Una vez superada, el que la supere, se hermana en el mayor cuerpo de élite del ejército. La sensación, el honor, la dureza, disciplina, constancia, superación hacen de hombres y mujeres normales unos súper hombres. 

Hay dos reportajes periodísticos que me encantaría trasladar en este artículo. Objeto del mismo y después de mucho ojear reflejan fielmente la dureza, la preparación de estos soldados.

En uno de los reportajes y artículo periodístico se vislumbra la dureza del día a día de estos combatientes. 
En el otro de los reportajes y artículo se recrea una acción contra el terrorismo actual islámico.
Ambos los elijo por su exclusiva forma de nombrar y defender a quienes somos, hemos sido y siguen siendo Boinas Verdes. Porqué sabemos los que es eso, porqué entendemos desde estas miradas que son fieles a la más natural realidad.

Comparto literalmente desde sus enlaces. En los enlaces se ven sendos vídeos impresionantes sobre la vida de estos Boinas Verdes. Uno demuestra la dureza y el otro la preparación en tiempo real. 

Diario el Mundo;

http://www.elmundo.es/papel/historias/2016/03/15/56e7e1b4268e3e05398b4631.html



Así son las pruebas para ingresar en las boinas verdes. La ultra élite del Ejército español. Este año, 55 personas -54 hombres y una mujer- alcanzaron la última fase de las pruebas. Y, en una excepción sin precedentes, permitieron que un periodista les acompañara durante 36 horas de maniobras. El objetivo: averiguar si un hombre medio podría soportar las pruebas de ingreso a este cuerpo especial.
Y aquí estoy yo, a la una de la madrugada, reposando en mi barracón tras la primera jornada de pruebas. Tengo el cuerpo magullado y el dedo dislocado por una caída. No es algo novedoso, ni meritorio, ni siquiera especial entre mis compañeros. Así de vapuleados se acuestan cada noche los aspirantes a ingresar en este cuerpo del Ejército Español.
«No hay superhombres en los grupos especiales de las Fuerzas Armadas», mantienen en el curso de formación del MOE. Ni quieren encontrarlos. Es una constante que repiten como un mantra. Tampoco hay un sargento Hartman como el de La Chaqueta Metálica (1988) que coja ojeriza a un recluta patoso y le lleven a un límite del que no hay vuelta atrás.
Mentiría si dijera que la ironía de los instructores no tiene cierto tono metálico. Cierto, no llega al mítico «Voy a hacer de ti un hombre aunque sea más difícil que encogérsela a los negros del Congo» de la película de Stanley Kubrick. Pero sí que lanzan pullas, por ejemplo, cuando uno de los soldados sólo consigue 10 puntos de 50 posibles con cinco tiros: «¿Qué está usted haciendo: disparando o tirando las balas con la mano? Con la crisis el Ejército no puede permitirse este derroche...».
El Mando de Operaciones Especiales, más conocido como los boinas verdes o los guerrilleros, es el cuerpo de élite del Ejército español. Lo componen unos 900 efectivos y son especialistas en varias disciplinas: supervivencia, escalada, paracaidismo, tiro y combate en cualquier superficie... Tienen el cuartel en Alicante, aunque parte de la preparación la realizan en la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales en Jaca. Sus misiones siempre son las más complicadas, de ahí que su preparación también sea la más exhaustiva. Tanto para los mandos (el curso es aún más duro que el de tropa) como para los soldados... y también para periodistas incautos que deciden probarlo.
Puedo decir, como hombre medianamente deportista, que lo más destacable de estas pruebas es que te hacen sentir que llegas por primera vez a tu límite físico. A las náuseas previas a desmayarse por el esfuerzo. A un punto al que normalmente ni te acercas porque siempre paras antes, porque nada te obliga a continuar y, principalmente, porque no eres tonto. Incluso usas trucos psicológicos para engañar a la mente: concentrarse en la pisada del compañero precedente, pensar en el planning futuro de la semana, contar hasta cien...
Nada funciona. Sólo hay un pensamiento: no puedes más. Y sólo una respuesta: hay que seguir. Aunque parezca increíble, lo consigues.
Si se trata de convertir este esfuerzo en distancias, la cuenta queda así: cinco kilómetros de carrera cargado con 20 kilos de equipamiento militar, otros cinco recorridos de varias pistas de entrenamientos con siete obstáculos, un rappel de 20 metros, más tres chapuzones en agua helada y dos estímulos positivos por haber fallado en los requerimientos básicos del cuerpo.
Una tortura física que te endurece lo suficiente como para no derramar ya ninguna lágrima en comedias románticas e, incluso, te induce a ir por la calle en plan El caso Bourne (2002), analizando las fortalezas y debilidades de los transeúntes y cómo tendrías que afrontarlas en caso de tener que enfrentarte a ellos. Creo que me acabó creciendo más vello por la testosterona acumulada. Y puedo afirmar que resulté un recluta menos patoso de lo que cabría esperar. La queja sistemática resultó mi divisa pero, ¡qué menos!
El día comenzó con disparos. Muchos, quizás demasiados, pero no se me dio mal del todo: en una de las tiradas obtuve 48 puntos de 50. Eso sí, en la primera, por nervios o por simple estupidez, me salté una orden directa, disparé una bala de más (seis en lugar de cinco) y el traspiés provocó la peor represalia posible: tuve que correr junto con otros siete compañeros desde el cementerio de Jaca hasta el lugar donde se sitúa la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales.
Fueron casi cuatro kilómetros de subida cargado con la mochila de maniobras, el fusil y el chaleco que se lleva en las operaciones militares, que pesa como un muerto. Pasé todo el camino -casi media hora- rumiando el porqué de todo ese material y soportando una calor impropio del invierno, aumentado exponencialmente por las capas que tuve la imprevisión de ponerme para soportar la montaña aragonesa. Era sólo mediodía.
"QUE TE VEAN SONREÍR"
Hubo mil y una tentaciones de abandonar, pero el grupo lo impedía. «Venga, vamos», me decían. Me exhortaban a continuar, me animaban, me dejaban marcar el ritmo para no morir y me decían una frase que era la única que impedía mi abandono. «Trae que te llevo tu equipo», me ofrecieron más de una vez.
En ese momento me planteé el compañerismo que se vive en el Ejército. Para un tipo que se libró de la mili por unos años y que escuchaba a sus familiares hablar de las amistades de ese período vital, este instante tuvo algo de nostálgico. Y cuando terminó, de glorioso. Llegado el momento de presentarse a los oficiales y los compañeros, me decían: «Sonríe, que te vean sonreír». Pero, para que engañarnos, no quedaban fuerzas ni para mover las cejas.
Menos mal que tocaba comer justo después de esa tortura. Eran las dos de la tarde y no tenía fuerzas ni para coger la bandeja y, si se apura, ni para masticar. Eso sí, bebes hasta hartarte porque la carrerita había dejado todo el líquido corporal en la camiseta en forma de sudor.
De agua, por otra parte, íbamos a ir sobrados en las siguientes pruebas. Tres chapuzones como tres soles en piscinas de agua helada. Y eso que sol, precisamente, no hacía. El primero, por fallar en la limpieza de armamento (tercer reto del día tras el tiro y la carrerita), a las 18:00. El segundo, porque el cámara del vídeo que acompaña este reportaje en la web se olvidó de grabar ese momento de castigo y hubo que repetirlo. Y tercero: porque los excesos del día no dejaron fuerzas para completar la pista de entrenamiento americana de la Escuela. La última (y temida) prueba de la red mandó mis huesos al agua de abajo.
En Jaca. En invierno. A medianoche... No hay más preguntas señoría.
Saltar, trepar, correr... Todo iba bien hasta que no tuve manera de superar el volteo en la red, a cuatro metros de altura sobre agua helada. Una maniobra en la que falló también un tercio de la compañía. He de admitir que esto te genera, en los adentros, un poco de alivio.
El conguito (una red de alcantarillado por la que hay que deslizarse superando obstáculos) resultó más sencillo que la maldita red. Eso sí, la ruta que eligieron debió de ser nivel periodista, porque la cúpula de la escuela comentaba que han llegado a tener soldados ahí metidos por espacio de tres horas. Tres horas sin ver un carajo y en un espacio en el que sólo cabes tumbado. El truco es cerrar los ojos, tomárselo con calma y respirar hondo. Yo tardé 25 minutos y se me hicieron eternos. Sobre todo, viendo la cama tan cerca.
Al fin era la 1:00 y tocaba ir al barracón a descansar. 55 soldados arrastrando todos los olores del día y alguno más. Aprovechando para hablar con la novia, el novio, la familia o los amigos. El cuarto de baño, único lugar con enchufes, parecía una tienda de móviles con decenas de aparatos cargando las baterías. El retrete, el de una gasolinera. Mientras, con los compañeros de la camareta, compartías impresiones del día.
Al contrario que en el colegio, en el que se aprovechaba para criticar a tal o cual profesor, allí escuchas orgullo, consejos y frases como «esto es lo mejor que te puede pasar». Por si a alguien se le olvidaba que esto es voluntario, que es un cuerpo en el que susurran que «en el ejército están los guerrilleros y todos los demás» y que, año tras año, arrasan en el Test General de Condición Física, unas pruebas de nivel que realiza cada cuerpo del Ejército.
Al amanecer tenía un dedo de la mano izquierda como la porra de policía por la caída de la red de la noche anterior. El dolor me recuerda lo que pasó: pese a que la gravedad ya estaba actuando, intenté evitar la caída por puro instinto agarrándome de nuevo a la malla. Mala idea: me disloqué el dedo. Y, encima, la actividad matutina era hacer rappel. Menos mal que, gracias a un maestro de montaña increíble y al freno de seguridad que se utiliza en esta disciplina completé los 20 metros de una manera más que digna.
Así lo fue la estancia entre reclutas de un periodista: digna. Es un orgullo que te permitan colarte en algo tan exclusivo. Lo intentó un conocido programa de televisión con una reportera al frente, pero la Escuela no aceptó la oferta. Esto no es para cualquiera. «Reducimos a las personas al límite», dicen.
A fe que lo hacen. Sólo 20 personas sobreviven a esta tortura perfectamente diseñada. En la que duermes las últimas semanas una media de cuatro horas. «Sé parco en palabras, que los hechos hablen por ti; si crees que eres el mejor demuéstralo sin olvidar nunca que eres uno más», reza su lema.
A mí me dejaron ser uno más. Ni me acerqué al mejor. Pero, al menos, conseguí pasar el reto.

Informativos Telecinco:
Por JOSE VALLES
http://www.telecinco.es/blogs/aquimifusilaquimipistola/actuan-boinas-verdes-espanoles_6_1622340007.html
Son el cuerpo de élite del Ejército de Tierra, los boinas verdes españoles. Están preparados para actuar en cualquier momento y en cualquier lugar del mundo pero para eso realizan constantes y exhaustivos entrenamientos. Por primera vez un equipo de TV se ha empotrado en uno de estos ejercicios desde dentro, desde su preparación hasta su ejecución. 24 horas compartidas con un grupo de operaciones especiales con una misión simulada pero llevada a un realismo extremo: el rescate de dos rehenes secuestradas.
La grabación no va a ser fácil. Contamos con toda la amabilidad y colaboración del equipo de comunicación del Mando de Operaciones Especiales (MOE) y de los propios militares que participan en la acción, pero no habrá concesiones para la realización del reportaje. Celosos de su propia seguridad, de su anonimato y del secreto de sus procedimientos, nos piden evitar a toda costa grabar las caras de los militares operativos para que no sean identificados. Por su dedicación especial no pueden ser reconocidos por las cámaras de vigilancia de los aeropuertos internacionales. Tampoco podremos grabar directamente la entrada en el edificio donde las rehenes permanecen secuestradas a manos de un grupo de terroristas, figurantes todos ellos pero expertos soldados en esta labor. Esas imágenes nos las suministrará una cámara incorporada al casco de uno de los soldados pero será previamente limpiada de algunas técnicas que no pueden ser hechas públicas. Los periodistas, en definitiva, nos tendremos que adaptar al realismo del ejercicio y no al revés. La mejor muestra es que la acción se realizará durante la noche, algo que complica y mucho la grabación porque además no podremos utilizar luces y deberemos mantener en todo momento el mismo sigilo que ellos para no alertar al enemigo... si somos capaces.
Durante el día previo a la acción asistimos a la preparación de la misión en la Base Operativa Avanzada. Para el ejercicio la base está situada en el mismo cuartel pero en una situación real podría estar en cualquier lugar del mundo. Los mandos reciben aquí las últimas informaciones de la patrulla de reconocimiento que han enviado a la zona. Han confirmado la presencia de las dos cooperantes españolas en un edificio en el que hay no más de ocho terroristas que usan armas ligeras. También han recibido otras informaciones que apuntan a que las ejecutarán si el Gobierno no accede a sus reivindicaciones. No se va a ceder y la decisión política ha llegado: se da la orden de intervención para esta noche.
El capitán de la unidad que va a realizar la acción directa reúne a sus hombres. Les da los últimos informes de situación. A las ocho harán la revista de armas. Asistir a ese momento da cierta impresión. Tenemos ante nosotros todo un completo arsenal. Fusiles, pistolas, granadas y lo último en tecnología de visión nocturna y comunicaciones. La expedición incluye un sanitario de patrulla o paramédico, un militar con formación suficiente para taponar un balazo, suturar una herida de las gordas o solucionarte una picadura de serpiente que esperemos no nos encontremos en el camino. Los quince hombres que van a realizar la acción (en esta son todo hombres aunque hay cuatro mujeres en los grupos especiales) también destacan en este cuadro. No los imaginen como Rambo, los hay de distinto tamaño y tono muscular, pero todos ellos comparten una extraordinaria condición física curtida a base de duras pruebas y entrenamientos. Muchos de ellos están a la altura de cualquier atleta de élite. Ponen a punto sus armas. Las manejan con la misma soltura que mi compañero Jesús Martínez la cámara con la que registra sus movimientos. Lo han dejado todo listo para que no falle nada en el momento preciso.
Estamos convocados a las 11 de la noche. Nos esperan dos helicópteros “Superpuma” del Ejército de Tierra. Haremos un despegue táctico, subiremos con el rotor en marcha. Desde este momento se acabaron los focos. Pasamos a usar nuestra segunda cámara, una pequeña con infrarrojos para visión nocturna. Apenas graba hasta un par de metros por delante de nosotros. 15 minutos después el helicóptero aterriza en medio del campo. Nos desplegamos y esperamos al segundo helicóptero con el resto de la unidad. Cuando abandonan el lugar y se hace el silencio comienza la caminata.
Estamos a unos 5 kilómetros del objetivo. La marcha es más bien lenta, se hace con cuidado y con constantes paradas para escuchar la posible presencia del enemigo. La dificultad viene cuando salimos de los caminos. Gran parte del recorrido lo hacemos campo a través recorriendo el lecho seco de un riachuelo o improvisando un trazado entre jaras y arbustos con la particularidad de que no se ve prácticamente nada. La única luminosidad que tenemos es la luz ambiente que proviene de la cercanía de Alicante y una escasa luna que ronda el 7% de su amplitud. Sorprende el sigilo al caminar de los hombres que nos preceden en comparación con nuestro torpe y ruidoso andar que llegará a su máxima expresión con una aparatosa caída del que escribe, cámara incluida, sin mayores consecuencias.
Son las 2:00 de la madrugada y el sueño hace más mella que el cansancio físico pero una novedad nos despierta. Hemos llegado al punto acordado para contactar con la patrulla de reconocimiento que lleva desplegada en la zona varios días tomando información. Tenemos unos minutos de descanso mientras la patrulla ofrece las últimas novedades a la unidad. Este es el momento de hacer los últimos cambios sobre el plan de ataque previsto antes de entrar en acción.
Dura poco el descanso. Nos ponemos en marcha nuevamente hasta llegar al lugar donde se supone que verdaderamente descansaremos. Llegamos a las 3:00 y estamos a sólo 1 kilómetro del objetivo así que el silencio tiene que ser total. Aquí nos tumbamos tal como estamos sobre un suelo que no vemos rezando porque no haya “nada” debajo más que alguna piedra que podamos quitar sin peligro. Un lecho de púas de pino ejerce de improvisado colchón y la mochila de almohada pero parece que lo de dormir habrá que dejarlo para otra noche. Las estrellas fugaces nos acompañan y hacen algo más llevadero el que es sin duda el momento más duro de la jornada. Aquí los ronquidos están prohibidos. Los boinas verdes no roncan o roncan suave pero los periodistas que caen por fin dormidos a última hora por pura extenuación no conocen del peligro de alertar al enemigo.
6:00 de la madrugada. El asalto está previsto para el amanecer pero hay ya hay más luz de la deseable y arranca la operación antes de tiempo. Se solicita el despegue de los helicópteros a la base. No se va a tardar mucho. Nos acercamos con cuidado al edificio. Dos tiradores situados en los alrededores han abatido al centinela que permanecía en la puerta principal y nuestros quince hombres se despliegan en un abrir y cerrar de ojos alrededor del edificio. La mayoría de ellos se introduce en la casa y recorre las estancias en una casi total oscuridad. Revisan cada habitación iluminando con fugaces toques de linterna y acaban con seis terroristas hasta encontrar a las rehenes.
En apenas 15 minutos ha terminado todo. Una de las cooperantes tiene una pierna rota. El capitán de la operación pregunta dónde están los helicópteros. Están tardando y no se sabe si algún terrorista ha podido escapar. La seguridad aún no es completa. Por fin se escucha su llegada. La salida de la zona tampoco se hace al azar. Primero las rehenes liberadas, luego cada uno de los grupos, tiradores y patrullas que han participado en la acción.
Nosotros nos quedamos en tierra. Conversamos con los falsos terroristas que han participado en el simulacro. Los rescatadores lo han hecho muy bien, nos dicen. El ejercicio se ha realizado con un alto grado de eficacia pero siempre hay cosas mejorables. De eso se encargarán ahora sus evaluadores. Los ejercicios se realizan para eso, para sacar conclusiones y perfeccionar aún más las técnicas porque algún día les puede tocar hacer una misión real como ésta en cualquier lugar del planeta. Los Grupos de Operaciones Especiales están desplegados actualmente en Afganistán, Líbano y Malí.